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se trasforma en zorro. Muerto el zorro, se trasforma en raton; y muerto tambien este, se convierte en tronco. He ahí el último estado del alma; pues, pereciendo de cualquier modo que sea el tronco, ella tambien perece para siempre.

Muy superficial es la creencia, que dan los Chiriguanos á esas tradiciones de sus mayores. Dedicados completamente á gozar el dia de hoy, procuran olvidar él de ayer y él de mañana. Toda idea que pudiera fatigarles el pensamiento ó turbarles la imaginacion, es una idea fastidiosa, que arrojan de sí con presteza.

Entre los Chiriguanos, cuya etnografa acabamos de trazar, vive diseminada en varios pueblos una tribu tan idéntica á ellos en la fisonomia, en las costumbres y en el idioma, que nadie supiera distinguirla de ellos. Es la tribu de los Chaneses. Una tradicion constante de estos pueblos refiere ser ella el resto de una nacion, que en remotísimos tiempos esterminaron los Chiriguanos. Solo fueron reservados los chiquillos; y llevándolos á sus pueblos, los criaron en sus usos y lengua, hasta que habiéndose con la sucesion de los tiempos multiplicado grandemente, obtuvieron su emancipacion; y entonces formaron á parte sus pueblos en medio de sus antiguos dueños.

Las dos tribus nunca han llegado á confundirse; y á pesar de su perfecta igualdad, saben discernirse entre sí con una precision admirable. Los Chiriguanos llaman Tapi á la tribu chanesa, vocablo que espresa descendencia de cosa comprada; y dan á sus individuos el tratamiento de chirámui, chiyari, (mi esclavo, mi esclava); como los Chaneses honran á los Chiriguanos con el título de cheya (mi amo). Esto confirma la veracidad de la tradicion referida.

Completamente iguales los Chaneses á los Chiriguanos, solo les llevan ventaja en la terca adhesion á sus patrias costumbres, en el celo de su independencia, y en la repugnancia estrema á recibir la civilizacion cristiana.

IV.

Estériles esfuerzos.

H

UBO, en época no muy remota, quien escribiera

que entre los indios de América los mas mansos son los Chiriguanos; tímidos y flexibles en tal grado, que con solo examinarlos una vez puede quienquiera persuadirse, que no existió jamas pasta de hombres mas dóciles para pasarse á las filas del despotismo. Mas, quien no se contenta con solo examinarlos una vez, sino que tiene la paciencia de estudiar lo que han sido y lo que son, puede facilmente convencerse de que entre las tribus del Chaco se han distinguido siempre, y aun hoy se distinguen los Chiriguanos por su fiereza, por su valor, por la indómita tenacidad en mantener su independencia.

El primero, que intentara arrastrarlos á las filas del despotismo, fué Yupanqui el Piadoso, nono entre los descendientes de Manco Capac, movido, si hemos de creer á Garcilaso, no tanto por la ambicion de estender los límites de su imperio, como por el deseo de amansar la ferocidad y suavizar las costumbres de aquella fierísima gente. Diez mil hombres, bajo las órdenes de jefes escogidos, bajaron de las alturas ándicas, penetraron en los bosques del pais

chiriguano, y pusieron en juego todos los resortes de la política y del valor para sugetar á sus salvajes habitantes. Despues de dos años de inútiles esfuerzos regresaron á sus punas sin mas conquista que el desengaño. Esto sucedia hácia la mitad del siglo XV, y es la primera noticia que de la nacion chiriguana nos ha legado la historia.

Aun no habia trascurrido un siglo, y los españoles se habian hecho dueños del imperio de los Incas. Pusiéronse en alarma les Chiriguanos al ver invadidas sus fronteras por aquellos aventureros desconocidos, de cuya codicia y crueldad les habian llegado ya nuevas; y propusieron defender á todo trance sus tierras natales y su, hasta entonces, nunca violada independencia. Gloriosos hubieran sido sus esfuerzos, si para conseguir su noble objeto, hubieran usado de medios igualmente nobles: pero, su genio feroz y astuto les inspiró acciones, que les merecieron no el blason de valientes, sino el baldon de bellacos. Apuntaremos ligeramente algunas de ellas.

los

Andres Manso, uno de los conquistadores del Perú, desterrado por Nuflo Chaves de los campos de Güelgonigota, despues de varias aventuras, se retiró á un pueblo de chiriguanos, quienes le dieron cortés hospitalidad. Hospitalidad traidora, que encubria intenciones sanguinarias. Dejándose llevar por los consejos de sus pérfidos huéspedes, pasó Manso á las llanuras de Tariunguin, en donde por años de 1556 inauguró la fundacion de una ciudad, que llamó de la Rioja. Al mismo tiempo envió al capitan Luis de Cabrera á levantar sobre las riberas del rio Guapáy el pueblo de la Barranca. Los chiriguanos dejaban hacer; pero, cuando les pareció el momento oportuno, sorprendieron de noche las odiadas colonias, y una tras otra las destruyeron. Los nuevos colonos perecieron todos; Cabrera fué el único que se pudo salvar. Los campos regados con la sangre de Manso y sus compañeros conservan el fúnebre recuerdo de su desgracia, llamándose hasta hoy los Llanos de Manso.

Si el trágico hecho, que acabamos de referir, prueba la perfidia de los chiriguanos; el gracioso, que vamos á narrar, manifiesta su sagacidad y astucia. Francisco de Toledo virey del Perú habia mandado traer de las montañas de Vilcapampa y decapitar en la plaza del Cuzco al inocente é infeliz Tupac Amaru, heredero legítimo del trono de los Incas. À sus hijos y otras muchas personas de sangre real habia desterrado. Supiéronlo los chiriguanos; y el arribo del mismo virey á Chuquisaca les inspiró rezelos de que vendria á tomar medidas contra ellos, en revancha de los continuos daños, que causaban á los españoles. Pensaron prevenir el castigo enviándole una embajada. Treinta chiriguanos se presentaron en Chuquisaca, entraron al cabildo, hicieron humilde reverencia al oratorio erigido en la sala; y con gran devocion entregaron al virey unas cruces, que aseguraban haber recibido de mano de ángeles, que bajados del cielo, les habian predicado y enviado á su Alteza á pedir sacerdotes, que los instruyesen en la ley cristiana. Lleno de estupor y gozo el buen Toledo mandó recibir procesionalmente las cruces en la catedral; y convocando sin demora á los oidores, á los canónigos y á los superiores de las casas religiosas refirió el prodigio, ponderó la veneracion de los chiriguanos al oratorio y á las cruces; y les pidió parecer. Todos, á escepcion del dominicano Fr. Reginaldo Lizarraga, convinieron en que se les dieran los sacerdotes que pedian, para su instruccion. En la primera noche tempestuosa que hubo despues de este acuerdo, seguros los embajadores chiriguanos que no serian seguidos de los españoles, y que sus parientes habian tenido ya bastante tiempo para poner en cobro sus víveres y sus personas, salieron clandestinamente de Chuquisaca.

El orgullo del virey se sintió herido; y se inflamó en deseos de vengar la burla hecha á la dignidad española por aquellos bellacos. Con un numeroso ejército, con grande aparato de caballos y reses bajó á las tierras chiriguanas, prometiéndose un espléndido triunfo y una gloriosa conquista.

À las pocas jornadas de camino por aquellas escarpadas rocas, ásperas quebradas é intrincadas selvas quedó rendido; y despues de mil sufrimientos y desgracias ordenó la retirada. Para que esta fuese mas fácil y segura, dispuso que se dejase el embarazoso bagaje á la discrecion de los indios, que, sin haber perdido nada, ganaron un pingüe botin. Insolentados estos por la fuga del virey y de sus tropas, desde las crestas de las peñas y los barrancos de las quebradas se hacian befa de él, y entre otros vituperios: Soltad, decian, soltad de la canasta á esa vieja, para que nos la comamos. Decian así, porque el virey, por la escabrosidad de los caminos, se hacia llevar á hombros en una literilla. Esto sucedia por los años de 1574.

Largo seria y estraño á nuestro plan referir los infinitos daños, que los terribles chiriguanos causaron á las colonias españolas limítrofes á su territorio, y los supremos esfuerzos de estas para reprimir su furor y domar su altivez1. Diremos sumariamente, que los Chiriguanos han sabido sostener por mas de tres siglos, y conservar hasta ahora su libertad y sus costumbres; y solo á precio de sangre han cedido á los Blancos el usufructo, no el dominio, de sus tierras; y aun esto precariamente. Dejando, pues, á parte lo que es relativo á la conquista material de esta bravísima nacion, haremos solo una rápida reseña de las fatigas sostenidas por los ministros del evangelio para su conquista espiritual. No podemos tampoco prometer una reseña completa; sino que solamente indicaremos los hechos, que con no pequeño trabajo y no poca diligencia hemos llegado á re oger de los libros y documentos, que

1 Como ligerísimo ensayo de la indomable fiereza de los chiriguanos, y de los inmensos daños por ellos producidos á los españoles; y en confirmacion de lo que tenemos ya referido de ellos, insertamos en el Apéndice H el encabezamiento de una R. Provision dada en la Plata á 20 de Mayo de 1584.

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