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provisiones, y era esperada con suma impaciencia. Montaba un potro bayo, y

Vémosla venir en fin.

corria como una endiablada, apartando con la mano las ramas de los árboles, llevándolas en pos suyo largo trecho, y soltándolas con locas carcajadas. Traía á la grupa un costal repleto que dejó caer en tierra antes de llegar al campamento, y deslizándose ella misma de la silla, corrió al encuentro de la colonia que salió en masa á recibirla con gritos de alegría. Abrazó á todos, mujeres y hombres; dijo á cada uno aquello que le habia encargado averiguar; dióles noticia de todo-del cura, de los vecinos del pueblo, de las fiestas, del paso de las dilijencias por el camino real. Y volviéndose á las jóvenes, añadió, haciendo sigilosos ademanes-Ahí viene un italiano bello e mesto come un trovatore; pero mudo, hijas mias como un topo. Lo alcancé en la bajada del rio; y aunque hice lo increible porque hablara, solo pude saber de él, que venía de Tucuman y viajaba por donde lo llevaba el paso de su caballo.

Yo miraba á aquella mujer y no podía creer á mis ojos. Era María Montenegro, amiga y contemporánea de mi madre, y sin embargo, bella y jóven todavía como cuando tenia veinte años. Y no obstante, María no habia sido feliz: grandes desgracias habian caido sobre ella y el porvenir se le mostraba señudo, pero era un alma valerosa que sabia sonreir al dolor, y este se habia deslizado por su frente sin dejar huella alguna en su tersa fres

cura.

Cuánto deseaba yo abrazarla y decirla mi nombre; pero me era forzoso permanecer incógnita, y solo Azucena y su padre debian conocer su secreto !

Otra sorpresa me esperaba todavia.-Miguel estaba allí. Habia alcanzado á los ladrones; se habia apoderado de ellos y conducídolos al Rosario, donde los entregó al alcalde. Allí encontró á algunas señoras de la colonia de los baños, Estas le rogaron que las acompañara, y se hallaba allí hacia dias, muy á gusto de las jóvenes, á quienes custodiaba en sus correrias, y por la noche las servia de tenedor de las prendas en los juegos de la velada. Ese dia había ido en busca de lechihuanas, y cuando regresó por la tarde, cargado como en otro tiempo, de miel y de flores, tuve el grandísimo contento de correr á él, y como de niña, saltarle al cuello y arrebatarle su dulce botin.

Poco despues, el taciturno italiano se presentó en nuestro campo. Saludó con grave cortesía y nos pidió licencia para pasar con nosotros la noche. Los hombres se apresuraron á ofrecerle sus tiendas; y las señoras, enamoradas del aire de tristeza esparcido en su bello semblante, lo acojieron con estrema amabilidad.

Sin embargo, por mas que hicieron, no pudieron conseguir que nos acompañara á la espedicion que proyectamos para la mañana siguiente á Cerro-Colorado, y que emprendimos al amanecer, dejando á nuestro huésped solo en el campamento.

Aquel dia fué verdaderamente delicioso. Vagamos

durante todas sus horas par las estrechas gargantas de esa cordillera que el vulgo puebla de apariciones y encantamientos. Esos parajes tienen en efecto un aspecto salvaje, imponente y siniestro como las tribus nómadas que los habitan. Arboles de corpulencia y elevacion gigantescas, de ramaje estraño en colores y formas, alzan aquí y allí sus inmensas copas sacudidas eternamente por ardientes é impetuosos vientos, que agitando las añosas lianas que los entrelazan les dan en la noche la apariencia de fantasmas que danzan ahullando entre las tinieblas. Altas yerbas, casi todas venenosas aun al tacto, crecen con un lujo prodigioso de vegetacion sobre la arena roja y abrasada de aquel suelo que en las noches de estío presenta fenómenos increibles de electricidad. Las tempestades jamas abandonan esas montañas. rayo estalla sin cesar en sus cimas; y al estruendo del trueno responden en lo hondo de los valles los rugidos del tigre y el silbido de la serpiente. El águila y el gavilán tienen su nido entre esas rocas; y se les vé á cada momento elevarse lanzando chillidos y surcar el aire en mágicos círculos llevando entre sus garras un lagarto ó una culebra de cascabel.

El

Sinembargo, nada hay tan risueño como el aspecto lejano de esos montes que vistos de cerca despiertan en el alma un invencible sentimiento de terror. Elévanse como una muralla azul de recta silueta que limita el horizonte. Adorna su base un verde cordon de bosques, y mas abajo el caudaleso Pasaje estiende su plateada

cinta añadiendo sus cambiantes reflejos á las ricas tintas con que el alba colora esta admirable perspectiva.

Cuando llegamos á nuestro campo, despues de la prolongada escursion al Colorado, hacia largo tiempo que habia anochecido. La luna llena, alzándose detras las montañas que habíamos recorrido durante el dia, alumbraba las copas de los árboles; y sus rayos deslizándose oblícuamente entre el ramaje, se cruzaban como hilos luminosos en la oscuridad que reinaba en lo bajo de la sel

va.

Habríase creido qua eran redes de plata tendidas por los génios para aprisionar á las auras.

Con la brida de mi caballo en la mano, de pie é inmóvil, oontemplaba yo enteramente embebecido aquel mágico contraste, aquella escena compuesta de dos principios opuestos: la luz y las tinieblas. Poco á poco la fijeza de mi mirada comenzó á presentarme singulares fenómenos de óptica. Unas veces veía ajitarse en la espesura las álas diáfanas y el ropaje ondulante de una sílfide; otras brillar como áscuas los ojos ardientes y las aceradas escamas de un dragon. Ora veía surgir entre los sinuosos troncos la horrible cabeza de un demonio, ora sonreir á lo lejos el rostro luminoso de un ángel.

Con asombro mio, la última vision no se desvaneció. El sér celestial se acercaba, y á medida que sus aéreas formas se dibujaban mas perceptibles, la melancólica sonrisa que entreabría su lábio se volvia mas dulce. Al llegar cerca de mí posó su mano en mi hombro y mostrandome la selva, me dijo con voz suavísima:

-"Nel mezzo del cammino di nostra vita"

Era Azucena. Habia dejado su amazona, y vestia una bata de muselina blanca, cuyos undosos pliegues ajitados en torno suyo por la brisa de la noche le daban un aire fantástico y sobrenatural que despertó en mi corazon ese lugubre presentimiento producido ya á la primera vista de aquella hermosa niña.

Pero ella no se apercibió de mi tristeza, y continuó con gesto de dolor graciosameute cómico:

-Ay! de nosotros, que vivimos en el siglo de los nervios y de los vapores! tres veces ¡ay! Las señoras, medrosas como siempre, han mandado encender las hogueras, y . . . . . . mira como nuestra selva selvaggia no está ya oscura.

En efecto, el bosque se iluminó de repente con la luz de las grandes fogatas que los criados mantenian toda la noche para alejar á los tigres.

Azucena recordó nuestra soirée campestre, y ambas nos apresuramos á volver á las tiendas.

Era ya tiempo. Bajo el nogal consagrado hallábase ya reunida la pequeña sociedad de los baños. Nadie faltaba, ni aun el taciturno y misterioso italiano que habia llegado la víspera. Sentado en una raiz saliente del árbol y con la cabeza apoyada en su tronco, miraba las estrellas con aire meditabundo, y parecia enteramente ajeno á todo lo que pasaba en torno suyo.

Despues que se hubo cantado, bailado y hablado de política, llegó finalmente la hora de los cuentos.

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