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muy luego conoció que el jóven de quien se burlaba estaba animado por una fuerza infernal, cuando en medio al círculo formado por las sinientras figuras de sus compañeros, comenzamos una lucha espantosa. Su sarcástica risa se convirtió entonces en rugidos de rábia, ahogados pronto en el estertor de la agonía. Mi puñal habia atravesado su pecho, y yacia á mis pies.

A la vista de su jefe muerto, los bandidos se inclinaron ante mí poseidos de temerosa admiracion.

-¿Quién era este hombre?-pregunté.

-Nuestro capitan.

-¿Cómo se llamaba ?

Habíanos

-Gubi Amaya, el terror de Tucuman. traido para asaltar las haciendas de la vecina frontera. ¡Gubi Amaya ! Al nombre de este bandido célebre en aquella época, la luz de un diabólico pensamiento alumbró mi mente.

El bien me ha abandonado- me dije-y he aquí el mal que viene á mí; consagrémonos á su culto; encarnémonos en él, y de hoy mas seamos inseparables.

Y volviéndome á la desalmada tropa,

-¿Quereis ver reemplazado á vuestro jefe ?- pre

gunté.

-Si-exclamaron unánimes-con tal que lo sea

por ti.

-Y bien-grité, tendiendo hácia ellos el brazo armado del sangriento puñal-en nombre del poder destructor que acaba de asolar la tierra, juro engrandecer el

nombre de Gubi Amaya y dejar muy atrás sus mas espantosas hazañas. Aun mas: para sellar este juramento, quiero un bautismo solemne que me dé este nombre.

Los bandidos exhalaron un ahullido de gozo que repitió el eco formidable de la montaña; y sobre el cadáver de su jefe, cogiendo la sangre que brotaba á torrentes de su herida, la derramaron sobre mi frente, y me bautizaron en nombre de la violencia, del robo y del homicidio.

Desde ese dia, y durante dos años llevé una vida de horrores y de exterminio. Jamás perdoné; y aquellos que tuvieron la desgracia de encontrarse en mi camino, nunca pudieron referirlo. Celoso de mi venganza, no combatia con mi banda sino cuando era asaltado: cuando yo era el agresor mi brazo solo bastaba; y mis compañeros sabian que en estos encuentros debian ellos reducirse á simples testigos. Muchos perecieron á mis manos por haber infringido esta consigna.

Asi, si hubo ferocidad en la guerra que juré à la humanidad, jamás hubo cobardia. . . .

Una vez, sin embargo!...

Y la voz del bandido tornose trémula y la sombra del remordimiento oscureció su frente.

-Una vez!.... Era un dia de primavera, uno de esos dias en que el alma se abre á la dicha ó al dolor con pasmosa avidez. Yo estaba solo. Acostado á los piés de mi caballo bajo un grupo de sáuces á la vera de un sendero solitario, pensaba en los dias de mi pasada existencia. Las cálidas emanaciones de los prados traian al co

razon en ondas de perfumes el recuerdo de su extinguida ventura. Una imájen amada y aborrecida, la imájen de la dicha, vagaba en torno mio, ora mezclándose al susurro del viento, al gorgeo de las aves, al estremecimiento de las hojas, ora sonriendo en cada una de las flores que se mecian al blando soplo de la brisa; mientras mi cuerpo yacia inmóvil, en mi alma ardia un mundo de tumultuosas sensaciones. En el aire, en la tierra, entre el follaje de las frondas habia murmu llos, palpitaciones, suspiros misteriosos; la dulce savia que circulaba en la naturaleza discurrió por mis venas; un profundo enternecimiento invadió mi corazon por vez primera despues de mucho tiempo: pensé en mi infancia, en mi madre, en Dios; tuve horror de mi vida presente, deploré los dias perdidos en el culto del mal, y el alma encenagada en el crimen sintió de repente sed de amor.

De súbito oi una voz dulce y melodiosa que cantaba á lo lejos una tierna endecha; y á poco, al fin del sendero, apareció una jóven vestida de blanco y cubierta con un velo que el viento rizaba en torno suyo como una azulada niebla. Caminaba lentamente con los brazos caidos y los ojos fijos en el cielo. Parecia absorta en algun dulce pensamiento, y todo su ser respiraba ternura, abandono, pasion.

Al verla, mi corazon se estremeció cual solia estremecerse en otro tiempo, cuando la felicidad lo habitaba. Bondad divina -exclamé-me envías en esta mu

jer un ángel de redencion?

Y alzándome impetuoso, corrí hácia ella.

Mi presencia pareció asustarla, pero no la desconcertó.

-Eres un bandido y sé lo que quieres-me dijo— quitando de su dedo un diamante -He aquí mi anillo de novia: guárdalo, y mañana á esta hora, en este mismo sitio te daré por él un fuerte rescate. No temas que falte á mi palabra: esta noche voy á desposarme con un hombre acaudalado que pone á mis piés inmensas riquezas; y aunque yo amaba á otro, prefiero la opulencia; y en este instante arrojaba al viento los últimos recuerdos de ese

amor.

Decepcion! Aquel ser ideal tenia un alma de fango! no era amor el sentimiento que brillaba en sus celestes ojos, que hablaba en la malodía de su voz: era codi

cia!

Caí otra vez de la elevada region donde me cernía acariciando una engañosa quimera.

-Infame!-exclamé y la memoria de la pérfida que me habia vendido se encarnó de repente en esa mujer, y las suaves emociones en que nadaba mi alma se convirtieron en una furiosa rabia-infame! corazon metalizado que con la sonrisa en los lábios y la mirada en el cielo soñabas en tu ruin ambicion, y preparabas friamente un perjurio, condenando á eterno dolor el alma que te ama; querias oro? Héle ahí, y con él el premio de tu

traicion!

Y hundí mi puñal en el seno de aquella mujer, y

abrí su pecho y la arranqué el corazon, y lo arrojé palpitante á un buitre que asentado cerca de allí esperaba una presa, llenando despues el sangriento vacio con todo el oro que llevaba conmigo...

Y la voz de aquel hombre, vacilante y trémula al comenzar la narracion del espantoso episodio, se precipitaba ahora como un torrente, y vibraba con una melodía terrible.

Tres veces engañado por el bien-continuó él, cuando su exaltacion se hubo calmado-juré no creerlo, y me hundí de nuevo, pero mas profundamente que nunca en el crímen: asolé las comarcas, incendié las poblaciones, é hice in transitables los caminos.

Las gentes de la justicia me perseguian con actividad; pero yo me burlaba de ellos y ayudado de la pasmosa velocidad de nuestros caballos robados á las mejores crias de las vecinas provincias, desaparecia cuando me creian ya en sus manos, é iba á mostrarme instantáneamente á largas distancias acompañado de mi temible bando y llevando conmigo la muerte y el estrago.

Así, no tardó mucho en mezclarse la supersticion al espanto que inspiraba mi nombre. Creyóseme un ser sobrenatural enviado por el infierno; y en las veladas de las cabañas hablábase de Gubi Amaya en voz baja y con profundo terror.

Un dia hallábame apostado sobre un camino en los bosques de la Cienega. Era el nueve de Noviembreañadió él, alzando la frente con un ademan solemne, y

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