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cando el ídolo que debia llenarlo; y sus ojos se encontraron con los de una mujer,

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¡Natalia-esclamó Miguel, con acento apasionado. ¡ Natalia! continuó, con voz sombria-¡ Natalia ! —repitió, en un largo sollozo que despedazó su pecho—¡ Ah ! ¿porqué apareciste á mis ojos tan hermosa y pura, si habias de caer del etéreo pedestal donde yo te adoraba, al cieno de las mujeres vulgares? por qué me hiciste soñar una perfeccion que no se hallaba en la tierra? Miguel apoyó la frente en su mano, y se hundió en dolorosa meditacion..

-¡Ah! ah!-dije yo, procurando atraer su atencion, y dar á aquella historia un colorido menos lúgubre, pues sin saber por qué tenia miedo-¡ ah !-erais vos el habitante de la cabaña y el amante de Natalia ?-Sí: respondió-ese hijo sumiso y tierno, ese amante que idolatró en la belleza material la belleza que viene del alma, era yo. ¡ Ah !-continuó él fijando una mirada en mi rostro, y engañado por mi disfraz-vos sois todavia muy niño para comprender la vehemencia del primer amor en una alma fuerte, ardiente y pura.

Natalia pertenecia á una familia ilustre. Su padre era un hombre poderoso, cuyo orgullo habria encontrado criminal la mirada que un plebeyo osara alzar sobre la frente de su hija; y sin embargo, yo la amé; y aunque todo parecia separarnos, el amor que ardia en mi corazon era inmenso, y debia comunicarse al suyo. Ella me amó....

Me amo? ¡Ah! en la duda que ha consumido mi alma como el fuego del infierno, he repetido largo tiempo esta demanda insensata á todas las fuerzas de la creacion. Me amó?

Sí! necesito creerlo, porque esa certeza es el único rayo que ilumina mi alma en la lobreguez de sus recuerdos. Si, me amaba entónces. ¿Por qué descendia de su dorado palacio para ir á buscarme en el fondo de los bosques, desafiando los temores de la noche y de la soledad? ¿qué decian esas largas y profundas miradas que ella detenia sobre mi frente, en mis ojos, en mis lábios, reclinada la cabeza en mi seno, y su pecho sobre mis rodillas? qué esas castas pero ardientes caricias, cuyo recuerdo hace estremecer mi corazon, aun ahora, bajo el hielo de los años?

Sí, me amaba; ly en la embriaguez de ese amor, lo olvidé todo, el mundo, la memoria de mi madre, y....á Dios mismo. Ella era mi universo, mi cielo, mi Dios. Cuan brillantes eran mis dias, iluminados por su recuerdo! cuan hermosas las noches, que la traian á mis brazos !

Hablando así, la voz de Miguel vibraba armoniosa y jóven; la huella de los años desapareció de su frente, que se alzó orgullosa y radiante, cual si reflejara todavia el sol de esos dias de amor que evocaba.

Y yo, inclinada ante él contemplaba con admiracion a quel hombre con afectos tan profundos, y dotado sin embargo de tan heróica serenidad. Habria deseado

que fuese un estraño, para sondear con la fria mirada del filósofo los pavorosos abismos de esa alma.

De repente el semblante de Miguel se oscureció; un fulgor sombrío iluminó su mirada, sus labios se contrajeron con una risa sarcástica, y remedándose á sí mismo, se puso á repetir con amarga burla sus propias palabras. -Ella era mi universo, mi cielo, mi Dios! | Ah! Jah! ¡ah!

Y el eco de aquella risa resonó lúgubre y siniestro entre las ruinas. Y él continuó:

que

-Una noche mi corazon ajitado por una estraña inquietud, la llamaba con mas ansia que nunca, Natalia no vino. La luna, asomando sobre la cima de los árboles en la mitad de su carrera, me encontró solo todavia.

Ha muerto!-me dije-¿qué sino la muerte la retendría lejos de mí? No ha venido á buscarme en el delirio de la fiebre, entre los torbellinos del huracan, y los relámpagos de las tempestades? | Natalia ha muerto!

Y agitado de invencible terror, lancéme hacia la suntuosa morada que ella habitaba.

El palacio estaba iluminado; y yo creí ver en cada una de esas luces, lúgubres cirios que ardian en torno de su ataud.

Ofuscado por aquella estraña alucinacion, atravesé, corriendo como un loco las praderas, salvé con pié lijero los altos setos, y bañadas las sienes de un sudor helado, con la vista estraviada y herizados los cabellos, llegué al pié de una de las ventanas que derramaban torrentes de

luz en las tinieblas del campo. Alcéme por entre las doradas rejas, y dejé caer en el interior mi ansiosa mirada.

¡ Ah! ¡ah! ¡ah!-y su risa era sarcástica, aguda y fria como una espada de dos filos.-¡Ah! ¡ ah! ¡ah! Aquella mujer que iba á buscarme, desafiando el huracan y los lampos fragorosos de las tormentas; aquella mujer que pasaba las noches recostada en mi seno, embriagándome con sus caricias; la que yo creia muerta, estaba allí, bella, fresca, risueña, coronada de rosas, en medio de un brillante círculo. A su lado se encontraba un hombre á aquien ella daba la mano, jurando amarlo siempre. Delante de ellos un sacerdote bendecia ese juramento.

Miguel se interrumpió; fijó en mi una larga mirada, y me dijo con su tenebrosa sonrisa:

No me preguntais quien era ese hombre? Era aquel que me llamaba su amigo, aquel á quien yo habia salva→ do la vida.

Al escuchar la historia de esa espantosa traicion; recuerdos dolorosos se alzaron en mi alma palpitantes y desgarradores.

Yo tambien habia despertado un dia á la luz de una terrible realidad; las manos heladas por la muerte que calenté en mi seno habian despedazado mi corazon; y en ese momento sentí sus heridas abrirse otra vez y verter sangre.

Miguel notó mi emocion.

-¡ Pobre niño !—dijo-¡ llora! ¿Será de compasion por ese corazon traicionado, ó de terror por el castigo

de los culpables? Tranquilizaos, su crímen quedó impune. Oh no confieis jamás vuestra venganza á la có¡ lera, por que no la cumplirá. En el momento que la reja de hierro se torció y deshizo entre mis crispadas manos, en el momento que acariciando la hoja de mi puñal, me lanzaba á devolver herida por herida, muerte por muerte, una ola de sangre inundó mi pecho, ahogó en mi garganta un grito de rabia, cegó mis ojos, y me derribó sin sentido.

Cuando volví en mí, la vision fatal habia desaparecido. Era ya de dia; los tintes rosados de la aurora coloreaban el cielo; una brisa fresca y perfumada mecia los tallos de las flores, y las cornizas del muro. El palacio estaba silencioso, y á lo lejos, en el camino real, una brillante comitiva marchaba rápidamente, enviando al aire gozósas aclamaciones.

Alcéme furioso, y pálido, trémulo, con los puños apretados, eché á correr tras el alegre convoy.

¿Qué queria yo? Lo ignoro. Estaba loco y corria, siempre gritando con voz ronca y ahogada por una rabia insensata-¡ Natalia! ¡Natalia!

Muy pronto alcancé el carruaje, y deslizándome entre el numeroso acompañamiento, abalanzéme á la portezuela y quise abrirla. El esposo de Natalia se interpuso entonces entre ella y yo; y cogiendo de su cinto una pistola la descargó en mi pecho.

El golpe fué certero, y yo cai exánime en medio del camino.

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