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«María era la flor mas bella que acarició la brisa tibia de la pampa.

«Alta y esbelta como el junco azul de los arroyos, semejábale tambien en su elegante flexibilidad. Sombreaba su hermosa frente una espléndida cabellera que se estendia en negras espirales hasta la orla de su vestido. Sus ojos en frecuente contemplacion del cielo, habian robado á las estrellas su mágico fulgor; y su voz, dulce y melancólica como el postrer sonido del arpa, tenia inflexiones de entrañables ternuras, que conmovian el corazon como una caricia, y cuando en el silencio de la noche se elevaba cantando las alabanzas del Señor, los pastores de los vecinos campos se prosternaban creyendo escuchar las voz de algun ángel estraviado en el espacio.

«El viajero que á lo lejos la divisaba pasar, envuelta en su blanco velo de vírjen, á la luz del crepúsculo, bajo las sombras de los sáuces, esclamaba:

«-¡Es una hada!

«Pero los habitantes del Pago respondian:

<«<-Es la hija del comandante, el Lucero del Manantial

«El adusto veterano compañero de Artigas, desarrugaba solo el ceño de su frente surcado de cicatrices para sonreir á su hija.

«Para aquellos hombres hostigados por frecuentes invasiones y cuyos rostros tostados por el sol de la Pampa espresaban las inquietudes de una perpétua alarma, era Maria una blanca estrella que alegraba su vida derramando sobre ellos su luz consoladora.

«Pero ella, que era la alegria de los otros-¿porqué estaba triste? ¿qué sombra habia empañado el cristal purísimo de su alma?

«La hora del dolor habia sonado para ella. y Maria pensaba. . . . pensaba de amor. >>

La jovén tuvo un sueño de amor que al mismo tiempo le produjo honda pena y la llenó de terror.

En medio de charcos de sangre y sobre montones do

cadáveres, la jóven vió que alzaba arrogante la frente un jóven bello con la belleza del arcángel maldito; iba blandiendo un puñal; se acerca á María, y la vírjen, apesar del temor que le inspiraba, se sentia arrastrada hácia él. Su corazon le decia:-Amálo.

Al despertar llena de sobresalto, pasó la mano por su blanca frente, y repitió consolada: ¡ Era un sueño ! y como el alba habia rayado, la intrépida amazona fué en busca de su favorito alazan. Saltó gallardamente sobre el lustroso lomo del noble animal, y desapareció en medio de los vastos horizontes de la Pampa. El corcel, sintiendo su lijera carga y reconociendo el «< camino de su agreste patria, sacudió su larga crin, mordió el freno, y burlando la débil mano que le regía, partió veloz como una flecha, saltando zanjas y bebiendo el espacio. >>

El bruto atravesó el linde que separaba el campo cristiano del inmenso territorio de los salvajes. María, pálida de espanto se creyó perdida, cuando sintió que el alazan se abatía sobre sí mismo, embolado por una mano invisible.

La jóven se desmayó, y al volver en sí se halló en los brazos de un hombre que la observaba con encanto. La vírjen contempló á ese hombre; era un apuesto y gallardo mancebo; pero! «ay ¡era el fantasma de su sangriento ensueño!»

El jóven (y esto es de suponerse por el relato de la autora) condujo á María cerca del fuerte, pues en la noche siguiente, y en las que se sucedieron, la vemos «con la mirada fija, medio desnuda y oculta tras las vetustas ojivas, esperando á un hombre que llegando cautelosamente al pié del ombú, asíase á sus ramas, escalaba la ventana y caía en sus brazos. >>

María lo llenaba de caricias y le hacia mil protestas de amor, aun cuando no le ocultaba el temor que le inspiraba. Ese hombre se llamaba Manuel. Él le hablaba con pasion, y las horas se deslizaban para los dos amantes entre caricias y promesas.

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Pero una noche llegó, terrible para María, en que no vió al hombre que habia dispuesto de su corazon y de su honra.... Por el mismo estalló la Por el mismo estalló la guerra civil, «y el fragor del cañon homicida ahogó las risas y los gemidos.»

La jóven se sintió madre. Antes de que se hiciera público su deshonor, resolvió darse la muerte. Pero cerca de ella velaba un hombre de corazon bien puesto, de sentimientos generosos, y que aun cuando conocia el secreto de la jóven, la amaba con delirio:-«Te amo, le dijo, y mi amor ha penetrado el secreto de tu dolor. ¿Quieres confiarte á mi? seré tu esposo, tu amigo, y el padre de tu hijo. »

... •

Muchos años corrieron tranquilos para tan dulce pareja, y la nobleza del esposo habia hecho casi olvidar la terrible escena á la engañada y digna mujer.

ría.

Enrique, fruto del vedado amor primero, era reputado como hijo de Alberto, el salvador de la seducida MaDiez y seis años habian transcurrido cuando un dia de verano, una silla de posta atravesó las calles de Buenos Aires y penetró en el patio de una casa sita en uno de los mas hermosos barrios. Una bella mujer bajó del carruaje para encontrarse en los brazos de un hombre de distinguido porte. Este era Alberto, y la dama era su esposa-era María.

La primera pregunta de la madre fué: ¿y mi hijo? El padre le contestó que en aquel dia sellaba con lucimiento su carrera escolar. Pero tambien en aquel dia debía Alberto concurrir á las sesiones de la Cámara de Representantes, de la cual era presidente. Tratábase de una cuestion muy grave: Rosas pedia que se le concedieran poderes dictatoriales y Alberto aun cuando su amigo y confidente, se preparaba á combatir tal proposicion. Era su deber, y siempre habia seguido los dictados de su conciencia.

Mientras que el padre salia el hijo entraba. Pasados los primeros momentos de efusion entre María y En

rique, este se dirijió á la cámara con el fin de «aplaudir á su padre con la voz y con el alma.»>

La proposicion de Rosas es presentada á los representantes del pueblo. Dominados todos por el terror que ya habia empezado á reinar, solo dos se atrevieron á contrariar la voluntad del que ya era dictador de hecho: esos dos ciudadanos fueron el obispo de la Metrópoli y Al

berto.

Cuatro hombres enmascarados penetraron en el ins tante en el recinto de la cámara, y dirijiéndose á la silla del presidente, clavaron un puñal en el corazon de Al

berto....

Enrique entraba en este momento, y solo pudo arrancar el arma homicida del pecho del hombre que reputaba como padre, y jurar al cielo que vengaria tan infame asesinato.

Al dia siguiente, en Buenos Aires imperaba la sangrienta dictadura del salvaje de las Pampas. Corria el rumor de que un jóven habia atentado contra la vida del tirano, y que habiéndosele aprehendido, se le habia juzgado sumariamente, y condenádosele á muerte.

En efecto, al frente del palacio del dictador se elevaba un banquillo, y allí se habia llevado à un hermoso jóven. Ya los soldados tenian inclinados los fusiles y estaban prontos á hacer fuego, cuando aparece una mujer pálida y desgreñada, y ruega al oficial que aguarde algunos instantes, pues vá á implorar la clemencia del dictador.

Esa mujer era María. El que iban á fusilar era Enrique. El hijo prohibe á la madre que se degrade hasta el punto de pedir gracia al asesino de Alberto. Pero la madre solo oye la voz del corazon, y parte sin tardanza hácia el palacio del tirano. Se abre paso y llega hasta el gabinete en que se hallaba la hiena conocida bajo el nombre de Rosas; pero al ver las facciones de ese hombre, María siente que la voz se le detiene en la garganta, y cae como petrificada.

Pocos instantes despues se oyó una detonacion, y

María solo pudo esclamar:-«¡ Manuel! ¡Manuel! ¿que has hecho de tu hijo ?>>

Una noche los indios vieron que una mujer vagaba por entre las ruinas del fuerte del Pago, destruido por los salvajes que habian asesinado al anciano comandante.

Esa mujer pálida, desgrañada, vestida de luto y llevando la muerte en el alma y el corazon, era Maria el Lucero del Manantial.

El Guante Negro es un episodio de la sangrienta tirania de Rosas. Ramirez era un valiente militar, un corazon leal, un coronel de la República Argentina; que no viendo los crímenes de Rosas, solo pensaba en la causa federal y en la amistad que habia jurado al dictador.

Wenceslao era hijo del coronel Ramirez: valiente como su padre, hermoso é intelijente, acababa de recibir una herida en un tremendo combate cuerpo á cuerpo. Su corazon se hallaba dividido entre dos amores; amaba á Manuela Rosas por ambicion y vanidad; amaba á Isabel, hija de un cumplido patriota, una de las víctimas de la mas-horca. Pero el amor por esta bella y encantadora vírjen, era el real y verdadero.

En una tarde de verano, Manuela Rosas se presentó en casa de Wenceslao, acompañada de un lacayo que vestía una rica librea. La hija del dictador iba alli conducida por tres motivos poderosos: Wenceslao seguía las banderas de su padre; Wenceslao había espuesto su vida por defender la honra de la jóven, Wenceslao era el sueño de su corazon.

Cuando Manuela Rosas se aproximó al lecho del herido, este la saludó con gratitud y con amor; ella, si le manifestó sus sentimientos, fué mas con las miradas que con las palabras. Pero el jóven, galante y ambicioso, se apoderó para besársela, de una de las manos de la peligrosa huri, y le descalzó el guante de seda negra que la encubría.

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