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Pero los instantes corrían, y preciso fué que la hija del dictador se alejase, pues la esperaban en Palermo, residencia del tirano.

Cuando apenas habia salido aquella del aposento de Wenceslao, penetró por una puerta secreta otra jóven; pura, intelijente y fiel: era Isabel que venia á curar las heridas del enfermo.

Al verla Wenceslao, dió rienda suelta á sus verdaderos sentimientos. La ambicion cedia el puesto al amor. Los dos jóvenes departian agradablmente; é Isabel le daba cuenta de los funestos presentimientos que la asediaban, cuando el reloj del salon anunció que era media noche.

Isabel debía partir, pero antes era preciso curar á su enfermo.

Manuela Rosas había dejado el fatal guante negro, y en la parte interior, sobre la cinta que cubre el resorte se leia el nombre de su dueña. Wenceslao había colocado esta prenda sobre su corazon.

Isabel descubre aquel objeto, lee el nombre de su rival odiada por ella con doble motivo, y lanza un grito. Luego declara al jóven que todo queda roto entre ellos. A tiempo descubría aquel misterio para recordar el juramento que había hecho á su padre asesinado, juramento que ella quebrantaba al amar á un servidor del tirano.

Pero Wenceslao siente entonces todo el amor que profesaba á Isabel; le pide perdon y le jura aceptar el sacrificio que le imponga, que cualquiera será leve á trueque de reconquistar su corazon.

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Y bien! dijo Isabel; si me amas, pruébamelo partiendo para el campo de los unitarios!

Y desapareció al instante.

El sacrificio pareció inmenso, inaceptable á los ojos de Wenceslao, y en su dolor, en la alternativa de perder á su amada ó pasar por traidor, pensó en la muerte; llevó la mano al pecho y se arrancó el vendaje que cubría la herida.

Moribundo estaba y la sangre de su herida corría á torrentes, cuando llegó ese ángel de consuelo que se Hama madre, y á fuerza de solícitos cuidados pudo reanimar al hijo querido, cuya primer palabra fué ¡ Isabel!

Algunos dias habían transcurrido y Wenceslao se halaba casi del todo curado, cuando la madre sorprendió que su esposo se había llenado de furor al leer una carta que le acababan de llevar. El coronel Ramirez pronunció el nombre de su hijo, y saliendo con direccion hacia el jardin, habló con uno de sus mas fieles servidores, á quien dió órden para que cavase un hoyo de siete piés de longitud y seis de profundidad.

La madre, previendo una parte de la terrible verdad corrió al gabinete del coronel, halló la carta fatal y la leyó: era una carta que Wenceslao había escrito á Isabel y que había sido interceptada por los agentes de Rosas. En ese carta el jóven prometía á su amada abandonar su bandera para recobrar su amor: le anunciaba que pasaría al campo de los unitarios. A esta carta acompañaba el funesto guante negro de Manuela Rosas, y el jóven suplicaba á Isabel que lo hiciera llegar á su dueña.

Cuando la madre, dominada por el terror, puesto que conocia el terrible secreto de su esposo, se halló en presencia de este, le habló como habla en tales lances una madre: apeló á las lágrimas-manifestó al implacable militar toda la crueldad de su pensamiento, pues se resistia á creer que pusiera en práctica tan criminal proyecto. Al fin se pudo convencer de que era inalterable la resolucion del padre, quien estraviado por un falso sentimiento de honor y de lealtad, que solo hubiera lejitimado una noble causa, estaba decidido á asesinar al hijo que consideraba como traidor.

Entonces la madre tomó el puñal que el coronel habia colocado sobre una mesa, y lanzándose sobre él le dijo.

<<-¡Pues muere tú! muere, por ¡ue yo quiero que mi hijo viva.

«Y la mujer hundió el puñal en el pecho de su esposo.

«En ese instante entraba Wenceslao.

«-¡Madre mia! ¿qué haceis? esclamó Wenceslao precipitándose sobre el cuerpo del coronel que habia caido muerto sin exhalar un suspiro.

<«La madre se volvió hácia él con la impasibilidad de la desesperacion.

«¡Mi esposo habia jurado matar á un traidor, dijo ella; ese traidor era mi hijo, y yo he matado á mi esposo por salvar á mi hijo!»

Wenceslao olvidó á Isabel al presenciar tan horrible escena, y al dia siguiente, á la cabeza de su regimiento, fué á unirse con el ejército del famoso Oribe, ese digno compañero de Rosas.

En Quebracho Herrado hubo á poco tiempo una sangrienta batalla entre las tropas del tirano y las huestes de los patriotas, que muy inferiores en número y ocupando desventajosas posiciones, aceptaron la lid por no abandonar á la emigracion que les seguia, y que no habria podido sopertar una marcha forzada.

Cuando al fin se cansaron de matar heridos, de asesinar ancianos y mujeres, los soldados de Rosas y Oribe se retiraron á su campamento. Era alta noche, y una jóven, con el cabello suelto al viento, la mirada estraviada, el paso vacilante, llegó al sitio de la carnicería. Era Isabel, que guiada por el instinto de amante, descubrió, entre centenares de cadáveres de amigos y enemigos, el del dueño de su corazon-el de Wenceslao á quien no habia podido olvidar: el jóven tenía en el pecho una herida, ta era de forma circular y bordes negros, y la herida estaba cubierta con el fatídico guante negro. Isabel cayó en tierra exclamando con hondísima amargura:

es

«¡ He ahí la mano de Manuela Rosas, que le ha des pedazado el pecho por robarme su corazon !»

Los cuadros de esta novela, verdadera Nouvelle, segun la clasificacion literaria de los franceses, que la dis

tinguen del Roman, están admirablemente trazados, hay movimiento dramático, caracteres bien delineados, accion sostenida y rápida.

La autora del Guante Negro, lo repetimos, ha dado pruebas relevantes de que puede abordar con buen éxito Ja novela de grandes dimensiones y el drama en todas sus formas. En el Guante negro entran en juego el amor, los celos, la ambicion, la sublime abnegacion de la ma-dre, el fanatismo de un falso punto de honor, el patriotismo y la venganza: elementos mas que suficientes, no diremos para un cuadro de novela, sinó para una novela en debida forma.

Por no estendernos demasiado renunciamos á presentar un análisis de otras piezas notables de la literata argentina. El que desee estasiarse á la vez con los atractivos de la novela, con la enseñanza de la historia, con las profundas sensaciones de la tragedia, con los sublimes transportes del poema, lea:

Güemes, recuerdos de la infancia.

La novela, en sus diversas formas, cuenta ya en América con ilustres representantes: la señora de Avellaneda nos ha presentado, entre otras, á Espatolino,- Daniel, y con la señora de Garcia, el Médico de San Luis.

Orozco, Guerra de treinta años,-Lastarria, la Mano del muerto,-Fidel Lopez, la Novia del Hereje,-José Mármol, la Amalia, -Bartolomé Mitre, Soledad; y luego vienen con sus multiplicadas producciones, M. A Matta, y con sus crónicas Barros Arana, Falma, Quesada, etc. etc. Pero leed sobre todo los hermosos escritos de la simpática é inspirada escritora del Plata.

Manibus date lilia plenes.

J. M. TORRES CAICEDO.

1863.

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