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IV.

LA CARTA.

Algunos dias despues, aquella misma mujer se paseaba sola, ó mas bien vagaba como una sombra bajo los elevados árboles del jardin de la quinta. Su frente estaba aun mas pálida, y en sus miradas se pintaba una sombría inquietud.

-Dios mio! decia-¿cuál será el orijen de ese pesar profundo, de esa espantosa cólera que se ha apoderado de mi esposo, desde que un espía del gobierno le entregó aquella carta. Ha murmurado el nombre de Wenceslao, acompañándolo de horribles imprecaciones. Ay ! qué desgracia amenaza todavia á mi idolatrado hijo? Vírjen Santísima! continuó besando un relicario que contenia la imájen de María y los cabellos de Wenceslao, tú que padeciste tanto en esta tierra de lágrimas, ¡ tén

piedad de los sufrimientos de una madre en memoria de tus propios sufrimientos ! proteje á mi hijo! Si hay algun peligro bajo sus pies, sálvalo, como lo has hecho otra vez! házlo á él feliz, y dadme á mi toda su parte de los males de la vida....

Pero es imposible quedar en esta terrible incertidumbre que me hace padecer un siglo en cada instante. Esa carta debe estar ahí.... en su bufete.... El no está allí, ... se ha encerrado en el salon.... Si yo fuera á buscar esa carta! ¡Si iré! ¡Oh Ramirez! ¡perdon ! no soy una esposa indiscreta que vá á escudriñar los secretos de su marido: soy una madre que vela sobre el destino de su hijo.

Y atravesando las largas calles de árboles, cubiertas ya con las sombras de la noche, abrió una ventana baja, y mirando cautelosamente hacia dentro:

-¡Nadie ! murmuró, | nadie! y entró en un cuarto ocupado por estantes de libros, panoplias de armas, y un bufete cargado de papeles, sobre el que se elevaba en un rico marco el retrato del general Belgrano.

La mirada de la madre reconoció entre mil cartas, aquella que deseaba y temia leer, tomóla con mano trémula y mirando la letra del sobre-escrito Dios mio! dijo abriéndola, es de mi Wenceslao, es de mi hijo.

Un guante negro se deslizó de entre los pliegues de la carta, y cayó á los piés de la madre de Wenceslao dió que un grito.

-¡Oh! ¿porqué me ha causado tanto terror este

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objeto? Se diria que es la mano de la muerte que viene á posarse sobre mi corazon!

Tendió una mirada en torno suyo y leyó:

<«<Isabel.

«El hombre á quien has puesto en la horrible alternativa de hacerse un traidor ó de vivir sin tí, ese hombre fuerte, á quien sus compañeros llaman el leon de los combates, ha sucumbido miserablemente en la lucha del amor con el deber. ¡Oh vergüenza! Honor, deber, amistad, gratitud, todos los sentimientos nobles del corazon han callado ante la idea de perderte para siempre, de renunciar á la dicha de contemplar tu rostro, de arder bajo el fuego de tu mirada, de sentir el contacto de tu mano, de escuchar el sonido de tu voz.

«Tu amante para quien el honor era la vida, llevará pronto sobre su frente el sello de la desercion, ese bautismo de oprobio, que la muerte misma no podrá borrar. El ejército de Lavalle se halla á dos jornadas de aquí, y el sol de mañana me verá en sus filas, volviendo mi espada envilecida contra la causa que tenia mis simpatías, contra mi protector, y contra mi mismo padre.

<«<En esta carta hallarás ese guante, origen de tantos dolores. Envíalo á Manuela Rosas, y hazla decir que el amigo de su infancia, el hombre en cuyo corazon habia ella buscado un asilo contra la calumnia, no es ya digno de poseer ese don de la amistad, porque se ha hecho un traidor.

<«<¡ Isabel! ¡ tú lo has querido! ¡Así sea!»

La pobre madre no pudo leer las últimas palabras de esta carta. Un temblor convulsivo sacudió sus miem. bros; el hielo del espanto invadió su corazon; la carta se escapó de sus manos, sus rodillas se doblaron, y cayó en tierra como una masa inerte. Al volver en sí de su largo desmayo, su oido entorpecido todavia percibió dos voces que hablaban cerca de ella. La debilidad que embargaba sus miembros la impedia moverse, y permaneció oculta bajo los largos pliegues de la carpeta.

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Bracho! decia el coronel Ramirez á su criado favorito, llamado asi por haber nacido en el ardiente desierto de este nombre, aunque tengo en tí una confianza ilimitada, necesito que hagas un juramento.

Bracho saludó militarmente y respondió:

-¡Mandad, mi coronel! vuestro antiguo soldado está pronto á obedeceros.

El coronel se acercó á él, y estrechando fuertemente su mano, puso la otra sobre su propio corazon, y le dijo con voz solemne:

-¡ Bracho! júrame por nuestros dias de fatigas y de gloria, y por los inmaculados laureles que.durante treinta años hemos recojido juntos sobre los campos de batalla, que guardarás un silencio sepulcral sobre todo lo que vá á pasar aquí.

El rostro bronceado y grave de Bracho se volvió mas grave todavia; su mano respondió á la presion del coronel, y colocándole igualmente la otra sobre su pecho, respondió con voz firme.

-¡Yo lo juro!

EL GUANTE NEGRO.

-Bracho, continuó el coronel, señalando un azadon y una pala que estaban en el suelo, toma esos instrumentos que te he mandado traer, y abre en ese ángulo del cuarto un hoyo de siete piés de lonjitud y seis de profundidad.

Bracho, con esa sangre fria, unas veces admirable y otras espantosa que caracteriza á los hijos de aquel suelo, desclavó una de las extremidades del tapiz y obedeció á su señor. Durante largo rato solo se oyò la respiracion oprimida del coronel y los acompasados golpes del azadon de Bracho.

Un horrible presentimiento atravesó el alma de la madre que contuvo su aliento y escuchó.

Cuando el hoyo estuvo hecho, Bracho apoyándose en el azadon se volvió hacia su jefe.

El coronel se acercò á la negra boca del hoyo, y midió con la vista su profundidad.

-¡ Bracho! dijo, con una voz lúgubre que llevó un frio mortal al corazon de la madre, dentro de pocas horas ese abismo se cerrará sobre un cadáver ! ¡Escucha! prosiguió; hoy, en este mismo sitio, tendrán lugar el juicio y el castigo de un gran crímen, desconocido entre los soldados arjentinos, y que todavia no ha manchado nuestros anales militares: ¡ la traicion!

Vé ahora á la ciudad, busca en el cuartel de mi rejimiento á su segundo jefe, y dále de mi parte la órden de venir inmediatamente á encontrarme aquí, recomendán

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