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rasgados y bellísimos ojos negros se alzaban al cielo con una espresion de dolor profundo y sin esperanza; su boca adorablemente linda, parecia conservar la huella de los sollozos que la habian contraido; y hasta su vestido de rigoroso luto anunciaba uno de esos dolores inmensos, incurables, que se apoderan de nuestra existencia, estrechándola con su garra de hierro, y que no bastándoles el despedazar nuestro presente, estienden su ponzoñoso soplo, desde los mas lejanos recuerdos de lo pasado, hasta la eternidad de nuestro porvenir.

Aquella mujer parecia absorta en una muda plegaria; y al verla con las manos juntas sobre su pecho, sus sus ojos fijos en el cielo y rodeados de un círculo azulado, se la habria creido la estátua de Maria al pié de la cruz. De repente sus lábios se agitaron murmurando un nombre.

Hernan -dijo suspirando-si hallas tan bello el cielo que no quieras dejarlo un momento para venir à ver á la que amabas, muéstrateme al menos en sueños: mírete yo sonreirme en ese mundo fantástico é impalpable, el único en que ahora puedo verte. Y entre tanto, amado mio, une á la mia tu plegaria, pide á Dios que abrevie mi destierro en este mundo, tan triste y lóbrego desde que tú no lo habitas. ¡Oh! si siquiera pudiera consagrarme toda entera á mi dolor, llorar, exhalar gritos desgarrantes, dar paso á los sollozos de que está lleno mi corazon! Pero no! despues de anonadarme el golpe horrible con que me hirió tu muerte, fué necesario que

volviese à la vida para dar mi mano á otro, cuyo ojo vigilante espia mis lágrimas, cuenta mis suspiros, y despues de hacerse dueño de mi ser material, pretende escalar el santuario de mis recuerdos, donde se ha refugiado con tu imajen mi alma que es toda tuya!

Mientras ella oraba llorando; mientras sus ojos buscaban entre las nubes de incienso que se elevaban al cielo la sombra del habitante de otro mundo, cuyo recuerdo llenaba su corazon, un sacerdote jóven, alto y pálido, revestido de los sagrados ornamentos, habia ocupado el altar.

Su esterior manifestaba un profundo y religioso recojimiento, que contrastaba con el aire distraido y despilfarrado con que algunos frailes del convento celebraban al mismo tiempo el santo sacrificio.

Despues de haber recitado con piadoso acento las palabras del rey profeta, volvióse hácia el auditorio para dirigirle el fraternal saludo del apóstol .

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Un doble grito resonó en las bóvedas del templo, ahogándolo los sonidos del órgano y los sagrados cánticos. Vive!!- esclamó la mujer enlutada cayendo desmayada en los brazos de las esclavas que la rodeaban. -¡¡¡Me ama !!!-dijo el sacerdote, apoyándose pálido y trémulo sobre el ara.

!!!

Y al acabarse el divino misterio, aquel que habia comenzado á celebrarlo con un corazon puro y lleno de piedad, llevaba consigo la conciencia de haberse hecho reo de la idolatría del pueblo; ¡¡¡ porque el sacerdote habia olvidado las sacrosantas palabras de la consagracion!!!..

IX.

LA REDOMA.

En la noche de ese dia, bajo los cimientos de una casa antigua, perdida entre las huertas del Cercado, dos hombres hablaban misteriosamente en un elaboratorio subterráneo. El uno era un viejo de aspecto repugnante, y cuyo ojo de buitre, nariz encorvada, y delgados lábios revelaban la degenerada raza de Jacob. Embozábase el otro en una ancha capa, y cubria su rostro un antifaz.

La roja llama de un hornillo químico iluminaba la escena con su reflejo fantástico, y rodeaba de una aureola siniestra el grupo que se habia formado por aquellos hombres. Quien los hubiese visto á esa hora en el fondo de aquella negra cueva, al sombrío resplandor de las llamas, los habria creido dos demonios concertando la perdicion de una alma.

-Con que dices que este licor dá la frialdad, la ¿ rigidez y la inmovilidad de la muerte? decia el encu

bierto, mirando al trasluz una redomita de cristal llena de un líquido color de rubí.

-Sí, noble señor-respondió el viejo. Es un poderoso narcótico estraido de las mágicas plantas del yemen, y del que bastan tres gotas para producir el efecto que decís.

-¿Sin ninguna de las condiciones necesarias á la conservacion de la vida?

-Este licor maravilloso las contiene todas.

-Pesa bien tus palabras, maldito judio: pues por Dios vivo, que si me engañas, la hoja de mi daga sabrá alcanzarte al través de tus infames hechizos.

... ·

-Os juro por el Dios de Abraham, noble señor, que cuanto he dicho es la mas pura verdad. Bajo la fria apariencia de la muerte ese divino elixir conserva la vida en todo su vigor, en cualquier sitio que se relegue à aquel que se someta á su influencia ya sea, añadió el viejo, fijando en el antifaz del encubierto una mirada de profunda malicia, ya sea que un marido celoso, armado de un derecho deslealmente adquirido, pretenda guardar á su esposa en la tumba, ya hacerla morir para su patria y su antiguo amor, y devolverla á la vida bajo el ardiente cielo de las Filipinas.

Apenas pronunciadas estas palabras, el viejo se sintió asido por el cuello, y sobre su pecho vió brillar un puñal.

-Miserable! gritó el embozado ¿cómo lo sabes? Dilo, porque vas á morir.

-¡Eh! noble señor, manchariais vuestras manos con la sangre de un judio? Si os conozco, ¿qué importa el que sepais ó no los medios que emplee para ello? Ademas, no soy astrólogo? Pues bien, he hecho vuestro horóscopo; y en vez de ser mi asesino, vais á ser tres veces mi deudor. En primer lugar por el trabajo que me he tomado en consultar vuestro destino á las estrellas; despues por ese fragmento del poder de Dios que encierra esta redoma; y finalmente por el sello de Salomon, concluyó el israelita, llevando el dedo á sus lábios.

El del antifaz, rechazó al viejo con un brutal empellon, arrojóle un bolsillo de oro, guardó la redoma, recatóse aun mas bajo su embozo, y subiendo las espirales de una escalera de caracol, atravesó un huerto, y saltando una tapia tomó la calle y se alejó con presurosos pasos.

Media hora despues se detenia delante de un postigo secreto que daba entrada por la espalda, á una casa de magnífica apariencia. Abriólo con una llave que traia consigo, cerrolo tras sí, y encendió luz. Haìlábase en una cámara tapizada de seda y cubierta de costosos adornos.

El embozado arrojó su capa y se quitó el antifaz. Era un gentil y apuesto caballero; pero sus facciones duramente pronunciadas, y el ceñudo entrecejo que anublaba su semblante, revelaban un carácter impetuoso y una violenta emocion. Acercóse á un bufete, dejó sobre él la bugía que habia encendido, y sacando de su pecho la redoma del viejo habitante del subterráneo, contemplóla largo

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