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Al oir este nombre, mi mano ahogó un grito que iba á exhalarse de mi pecho. Miguel el Domador! Tenia delante de mi, sin que mi corazon lo hubiese reconocido, sin que el suyo lo presintiera, al amigo de mi infancia, á un hombre que habia consagrado su vida y su alma á mis hermanos y á mí, con un afecto inmenso, infatigable, cual no se encuentra en la raza humana. La memoria de aquel fiel servidor jamás se habia separado de nuestro corazon, y en nuestras pláticas del destierro, el nombre de Miguel era repetido incesantemente. Recordábamosle como un ser tutelar, cuya misteriosa y protectora adhesion echábamos de ménos con amargura.

Lágrimas de alegria y de dolor ahogaban mi voz; pero él, atribuyendo mi silencio á un ataque de miedo, procuró tranquilizarme tendiéndome su mano y un cigarro, signo de alianza entre aquellos hombres sencillos y leales.

-Amiguito-me dijo con acento triste-tranquilizaos. Miguel vale mas que su fama; gusto de hallar solitarios estos sitios durante la noche para evocar fantasmas, como dicen allá abajo-añadió desdeñosamente,y mostrando sus blanquísimos dientes. Cierto !-prosiguió -fantasmas queridos á mi corazon vienen á visitarme en estos muros destruidos, y me sonrien triste mente, recordándome dias que están ya lejos, muy lejos. Mas, pues os hallais aquí, quedad; pues, ¡ cosa estraña! Miguel, que durante quince años ha anegado su corazon para impedir el llanto á sus ojos, y cuyos lábios no han

dejado escapar un ¡ ay! siente en este momento una inmensa necesidad de quejarse.

Y desmontándose del caballo vino á sentarse á mi lado en un trozo de columna.

Largo rato permaneció silencioso, con el codo apoyado en la rodilla y la mano perdida entre su barba.

Yo tambien callaba. Mis miradas vagaban de la imponente figura de mi amigo, al espectáculo solemne que la naturaleza presentaba en aquella hora. La brisa de la noche traia á mis oidos el sordo murmullo del rio como un éco lejano del tiempo pasado, de aquel tiempo en que ese Miguel que estaba á mi lado sin reconocerme, venia por la noche á ver á sus niños, y despues de habernos abrazado y repartidonos las flores, la miel y los pájaros que nos traia, decia algunas veces para hacernos desistir de nuestro empeño en detenerlo:

«Es necesario que parta; de lo contrario, se ahogaria mi caballo. ¿No ois que el ruido del rio ha disminuido? Es porque está de avenida. La luna va á ocultarse, y no podria hallar el vado.>>

Los mismos objetos que entonces, se alzaban en torno nuestro. Nos rodeaban las mismas colinas, mirábamos elevarse en el horizonte las mismas montañas: sobre nuestras cabezas centellaban con igual fulgor los astros de la noche; la misma brisa tibia y perfumada acariciaba nuestra frente, trayendo á nuestro oido los lejanos rumores de los bosques. La escena era la misma, pro los actores eran solo dos ahora; y al representar el desenlace

del lúgubre drama, el hombre fuerte y el risueño niño llegaban ya encorvados, el uno bajo el peso de los años, el otro bajo la garra del dolor.

V.

Miguel, como todos sus compatriotas, al hacer cualquiera narracion, comenzó la suya con una pregunta.

-Señor-me dijo-si, separado del trato humano por una vida criminal, rechazado y maldecido de todos, encontrais un hombre que, arrancándoos al estado miserable en que yaciais, os rehabilitara con su estimacion, os consolara con su amistad, asilándoos bajo su propio techo, y confiándoos la guarda de sus hijos; y cuando os hubiereis acostumbrado á esa existencia de paz, de honradez y de dicha, os arrebataran de repente ese amigo, esa familia, ese asilo, dejándoos solo y aislado como antes, ¿qué hariais?

-Lloraria mucho, y echaria siempre de menos á ese amigo y mi perdida ventura; pero me resignaria á la voluntad de Dios, que es dueño de nuestra felicidad y de su duracion.

-Habeis hablado como una mujer, señor― dijo

Miguel, midiéndome con una mirada desdeñosa. Resignarse, teniendo aquí y señaló su pecho-teniendo aquí un corazon que pide venganza, y dos brazos fuertes que pueden ejecutarla! Niño, la resignacion es la virtud de los cobardes. Dios dice-Ayúdate y te ayudaré. Tened presente esto, que os servirá de mucho en el porvenir.

En cuanto á mí, yo no me resigné. Mi amigo estaba muerto, sus hijos espatriados, yo perseguido; pero mi ánimo no desmayó. Busqué á su enemigo, logré acercarme á él, y algunas horas despues, una inmensa multitud reunida en torno de un cadáver, contemplaba con espanto la profunda brecha que la bala de mi fusil habia hecho en su corazon.

-¡Lo asesinasteis !

-Lo maté lealmente, señor, Miguel no ha asesinado á nadie, gracias á aquel que duerme en la tumba, y que convirtió en Miguel el honrado á . . . . . . al infame Gubi Amaya.

-¡ Gubi Amaya !—esclamé yo, evocando con terror un formidable recuerdo, y pareciéndome que la figura de Miguel crecia y tomaba á mi vista proporciones horribles.

-Sí:-replicó él, con triste y solemne acento-yo fuí ese bandido de terrible memoria: este hombre que ha mecido la cuna de los niños, y velado su dulce sueño era en otro tiempo el terror de las comarcas y la pesadilla de la justicia. Veis ese cementerio ?-prosiguió él tendion

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