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hija del orgulloso oidor Osorio, el que prefieres al poderoso y magnífico oidor Ramirez, es el hijo de una india; es un desventurado que nada posee en el mundo aunque su pié huella quizá los tesoros que sus padres confiaron á las entrañas de la tierra para sustraerlos á la sanguinaria codicia de sus tiranos.

Hernan se interrumpió, fijando en su amada una mirada penetrante, como si quisiera leer en el fondo de su alma. Pero ella habia cruzado las manos sobre su pecho y lo contemplaba extasiada.

-¡Qué escucho!-exclamó-¡ Hernan el elegido de mi corazon, es un hijo de los incas! Oh! yo lo habia presentido! ¿De dónde venia esa emocion profunda que aun antes de conocerte sentia yo al solo nombre de Manco Capac ó de Atahualpa? Se hubiera dicho que entre mi corazon y el sepulcro olvidado de esos héroes, mediaba una fibra palpitante, por la cual el calor juvenil de mi sangre comunicaba con sus heladas cenizas. Entonces yo atribuia ese sentimiento estraño á las vehementes simpatías de la juventud, aun por seres desaparecidos despues de siglos; pero era el presentimiento de mi amor. Mas dime, Hernan, aunque mi padre mire con desprecio el linaje de tu madre, ¿en qué perjudica esto á nuestro amor, pues que el noble conde de Camporeal la hizo española dándole su nombre?

bras.

La altiva frente de Hernan palideció á estas pala

-Oh! santa madre mia! esclamó elevando al cielo

una mirada de amor infinito-ese nombre que te rehusaron, por noble que sea, todavia no era digno de tí: él no podia aumentar el brillo de la aureola de virtudes, de honor y de heroismo que rodeaba tu frente. No! Rosa, mi madre no llevó nunca ese nombre: una atroz injusticia le privó de él. Oh! si eso hubiera sido lo único que le robó.... Escucha su historia, amada mia, cuyo corazon es el único digno de comprenderla, tú á quićn ella me ha enviado del cielo para reemplazarla en la tierra.

II.

LA MADRE.

Mi mas lejano recuerdo me representa un dia muy pequeño, sentado á los pies de mi madre, que era una jóven alta,.de maravillosa hermosura, con largos y rasgados ojos negros...

Como los tuyos! murmuró Rosa con acento que revelaba una inmensa pasion, y pasando sus lindos dedos por las largas pestañas de Hernan.

y

-Con una boca-continuó este-pequeña y de lábios encarnados, por los que sin cesar erraba una dulce melancólica sonrisa, dejando ver dos iguales filas de dientes de un blanco de nieve azulado. Su hermosa frente, de la que descendian cuatro trenzas de cabellos, tan largos que descansaban en el suelo, estaba adornada de una banda de púrpura, única insignia, con que la ve

neracion fanática del pueblo distingue á las hijas de los antiguos reyes del Perú.

Nos hallábamos en el Cuzco, en una casita cuyos muros habian pertenecido á construcciones anteriores á la conquista. El sol brillaba en un cielo sin nubes, y uno de sus rayos, pasando por una ventana, venia á morir á nuestros pies.

Mi madre hilaba con aire triste y meditabundo, interrumpiéndose solo para bajar su mano sobre mi frente y acariciarme. Yo jugaba recostado en su rodilla, ya con su rueca cuyo curso detenia, ya con los átomos del sol que perseguia procurando encerrarlos en mi mano.

-¡Maria! hija mia! ¿estás ahí?-preguntó una voz cascada desde la puerta.

-Entrad, cacique-respondió mi madre levantándose para recibir á un anciano indio, de cabellos blancos y rostro venerable-venid, mi buen padre adoptivo. Mi corazon está hoy muy triste. El anciano miró á mi madre con dolorosa ternura.

Sí, muy triste-repitió ella, contestando á esa mirada. Funestos presagios me anuncian una desgracia. ¿Cuál? ¡ lo ignoro! Anoche mismo un sueño estraño y angustioso me ha llenado de terror. Oh vos, á quien Dios revela su misterioso sentido, escuchad, y decidme lo que debo temer!

Me hallaba con mi hijo sobre mis rodillas en un jardin delicioso, tan bello, que en comparacion suya nuestras fértiles quebradas son áridos desiertos.. Me rodea

ban árboles de toda especie, cargados de hermosos frutos; innumerables, variadas y bellísimas flores me embriagaban con su penetrante aroma; y sin embargo de que todo allí respiraba alegria yo estaba triste, y una dolorosa inquietud me hacia estrechar á mi hijo contra mi corazon. De repente vi delante de mí un hombre de formas colosales, un gigante vestido de verdes juncos, y cuyas facciones, ¡ cosa estraña! tenian la movilidad de la imájen que vemos reflejarse en el agua agitada.

-¡El mar! murmuró el indio.

-El espanto que me causó aquella aparicion produjo en mí un efecto inaudito. Mis miembros se entorpecieron, mi lengua, como clavada, al paladar, no pudo articular un solo grito, y de todo mi ser material, mis ojos solos quedaron con vida, mis ojos que vieron al gigante aprovechándose de mi postracion, tomar á mi hijo por el cuello, arrancarle de mis brazos á pesar de sus gritos, y alejarse con él hácia una llanura sin límites, donde desapareció.

-¡El mar!—repitió el cacique.

-El dolor que desgarró mi corazon me despertó. Mi cuerpo agitado de horribles convulsiones, estaba cubierto de un sudor helado; mis sienes latian como si fueran á romperse; pero abriendo mis ojos ví á mi hijo dormido en mis brazos, abracelo estrechamente, y todos mis terrores se disiparon, reemplazándolos un gozo inmenso, imposible de ser comprendido sino por una madre que haya perdido á su hijo.

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