Sueños y realidades, Volumen2Mayo de C. Casavalle, 1865 - 684 páginas |
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... cabeza sobre sus rodillas , dando un jemido . ... -Lloras ! te arrepientes de tu promesa , y prefieres someterte á los mandatos tiránicos de tu madre ! --- No la culpes , Felipe ; ella me ama y desea mi dicha . -Si te ama¿por qué ...
... cabeza sobre sus rodillas , dando un jemido . ... -Lloras ! te arrepientes de tu promesa , y prefieres someterte á los mandatos tiránicos de tu madre ! --- No la culpes , Felipe ; ella me ama y desea mi dicha . -Si te ama¿por qué ...
Página 34
... cabeza sobre su pecho , pálido y anonadado . -Mi madre , que por evitarme penosas emociones , me calló siempre las circunstancias trájicas que acom- pañaron la muerte de mi padre , ignoraba el nombre de su matador : una casualidad se lo ...
... cabeza sobre su pecho , pálido y anonadado . -Mi madre , que por evitarme penosas emociones , me calló siempre las circunstancias trájicas que acom- pañaron la muerte de mi padre , ignoraba el nombre de su matador : una casualidad se lo ...
Página 36
... cabeza iba á cerrar la puerta , cuando vió deslizarse entre ella y el postigo un bulto negro , que pasando como una sombra bajo su brazo iba á introducirse en el jardin . La negra , asiéndolo resueltamente , quiso rechazarlo hácia ...
... cabeza iba á cerrar la puerta , cuando vió deslizarse entre ella y el postigo un bulto negro , que pasando como una sombra bajo su brazo iba á introducirse en el jardin . La negra , asiéndolo resueltamente , quiso rechazarlo hácia ...
Página 37
Juana Manuela Gorriti Vicente Gregorio Quesada. Y la anciana negra , con la cabeza entre las manos , se perdió gimiendo en las oscuras galerías que rodeaban el jardin . Entre tanto el rondador de la calle de San Pedro habia llegado al ...
Juana Manuela Gorriti Vicente Gregorio Quesada. Y la anciana negra , con la cabeza entre las manos , se perdió gimiendo en las oscuras galerías que rodeaban el jardin . Entre tanto el rondador de la calle de San Pedro habia llegado al ...
Página 49
... los caballos se hubo apagado en la arena del camino , la jóven levantó la cabeza , y paseó en torno una dolorosa mirada . La noche comenzaba á tender su velo sobre el pai- saje . Las copas de los sáuces se dibujaban sombrías 4 VII. ...
... los caballos se hubo apagado en la arena del camino , la jóven levantó la cabeza , y paseó en torno una dolorosa mirada . La noche comenzaba á tender su velo sobre el pai- saje . Las copas de los sáuces se dibujaban sombrías 4 VII. ...
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Términos y frases comunes
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Pasajes populares
Página 137 - ... ocultarme. Asilóme un amigo, por supuesto en el paraje más recóndito de su casa. Era un cuarto situado en el extremo del jardín y cuya puerta desaparecía completamente bajo los pámpanos de una vid. Sus paredes tapizadas con damasco carmesí, tenían el aspecto de una grande antigüedad (*). Ha servido de alcoba al abuelo de la casa, cuyo inmenso lecho dorado, vacío por la muerte, ocupaba yo. . . mas ¡de cuán diferente manera!
Página 145 - ... mismo estado; pero el cuarto no estaba ahora solo. En el centro y sentado en un sillón un hombre paseaba en torno una mirada de asombro. Nada más decía esa mirada. Nada tampoco la expresión de su grande boca de labios delgados y pálidos. Sólo su frente ancha y elevada habría preocupado mucho á un observador frenólogo.
Página 253 - Apenas si las raices sinuosas de una higuera, y el bronceado tronco de un naranjo, señalan el sitio de tus vergeles. A la ruidosa turbulencia de tus fiestas han sucedido el silencio y la soledad. Tus avenidas están desiertas, y la yerba del olvido crecp sobre tus umbrales abandonados.
Página 253 - Orcones! Hogar paterno, montón informe de ruinas, habitado sólo por los chacales y las culebras, ¿qué ha quedado de tu antiguo esplendor? Tus muros yacen desmoronados, los pilares de tu galería se han hundido, cual si hubieran sido edificados sobre un abismo.
Página 147 - ¡cuan bellos son sus ojos! Diríase que han robado al sol de los trópicos su deslumbrante fulgor. -Pero él, él, ¿dónde está? -¡Oh¡ -replicó el dormido con acento suplicante- déjame ver el cuadro mágico de esta danza sobre las aguas y bajo un cielo de fuego.
Página 139 - Señor y cómo, no contento con la enormidad de ese crimen, habia profanado la casa de Dios con el auxilio de su esclavo albañil y carpintero, abriendo en la pared una puerta que correspondía al interior del armario. — Así es, señor — concluyó el negro — , que desde que el amo murió, este armario es mi pesadilla. Siempre temiendo que tire el diablo de la...
Página 150 - ... amaba á esa mujer que amaba á otro con el amor ardiente que inspira un imposible; que la codiciaba para mí, en tanto que otro poseía su alma. -"Quien escucha su mal oye" -dije yo con el aire sentencioso de un confesor.
Página 138 - Malibrán los trozos más sublimes del repertorio moderno, entre ellos una serenata de Schubert cuyas notas graves tenían una melodía celestial. Pasé varios días en investigaciones, escuchando entre las molduras doradas que ajustaban la tapicería, tentando las paredes y buscando por todas partes el sitio por donde me llegaba el eco de aquella voz. Parecióme, al fin, que acercándome a un grande armario colocado en un ángulo, oía más clara y cercana la voz, y no me preocupaba. Mas era aquel...
Página 140 - ... pero en cuyos amores no intervino ya su esclavo. -Juan -le dije, interrumpiendo sus confidencias-, recuerda que debes ayudarme y marcharte en seguida. Entonces el antiguo Mercurio del seductor de monjas, como quien lo entendía bien, abrió el armario y quitando el tablero del fondo, dejó descubierta una puertecita cerrada por un postigo en el lado opuesto de la pared. El negro me mostró el resorte que la abría, y huyó de allí con terror. Al encontrarme solo y dueño de aquella misteriosa...
Página 140 - ¿con qué derecho iba yo a introducirme en la vida íntima de la persona que dormía confiada, a dos pasos de mí? La mano en el resorte y el oído atento, dudé largo tiempo entre la curiosidad y la discreción. De repente oí en el cuarto vecino el roce de un vestido, y la voz de siempre murmuró cerca de mí: — ¡Dos meses sin noticia suya! El ingrato partió sin darme un adiós. ¿Dónde está ahora? En su helada indiferencia no ha creído necesario decirme el paraje donde mi amor podía ir...